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Memorias y viajes:hacia una definición de la figura de la heroína |
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La mujer, más que buscar una heroína,
debe convertirse a sí misma en tal. Y en su calidad de esclava milenaria, la heroína
tiene que comenzar por salvarse a sí misma: ese debería ser el verdadero
sentido del heroísmo femenino.
Paulina Rivero Weber
La figura de la heroína en el XIX: aproximaciones y
digresiones
Brevemente,
traigo a la memoria una ponencia anterior donde abordé el libro titulado La heroína mexicana, un pequeño relato
inusitado por ser la historia de una mujer que narra su propia vida y que al
salir de su casa enfrenta su propia odisea. Esta narración, escrita entre 1808
y 1809, aún me sorprende y entusiasma porque su protagonista se identifica como
«heroína» y como «mexicana», y porque le
acontecen un cúmulo de aventuras hasta convertirse en la capitana de un barco,
donde adquiere un conocimiento y fuerza.
Aunque
en el Archivo General de la Nación aparece atribuido a Francisco de Paula
Urvizu, algunos indicios hacen pensar que fue este relato fue escrito por una
mujer, tal como lo supone Isabel Terán.1 De ser así, La heroína mexicana representaría un
precedente, un aporte, una ruptura, un punto de partida para entender el viaje
como una aventura que lleva a una búsqueda de nosotras mismas, y revisar las
propias circunstancias, no desde la mirada ajena, sino desde nosotras mismas:
como voces narrativas, como protagonistas. Mi memoria personal se ha
enriquecido a partir del trabajo de historiadoras e historiadores que han
investigado este periodo desde la presencia femenina. Las mujeres del siglo XXI
me han proporcionado una textualidad e ideas que se han ido hilvanando para
analizar la representación de la heroína desde la literatura y la historia.
El
tema de la heroína no ha tenido el mismo recorrido que el del héroe, pues se ha
minimizado la participación de las mujeres en los eventos políticos e
ideológicos dado que su rol social las ha destinado a un estereotipo pasivo,
aunque, como veremos más adelante, se han realizado varios estudios y rescates
de diferentes mujeres célebres y anónimas, de clases altas y bajas, de origen
indígena, ideólogas, guerrilleras, etcétera, quienes vivieron en la lucha
armada o tuvieron alguna función en la épica independentista de América Latina.
En las últimas tres décadas estos trabajos han tomado un lugar preponderante,
intentando rescatar una definición de lo que es ser heroína sin estar designado
únicamente por la cultura patriarcal.
Sin
duda e inevitablemente habrá que revisar la conceptualización del héroe. Manuel
Chust y Víctor Mínguez en el prólogo del libro La construcción del héroe en España y México (1789-1847), hacen un
recorrido vertiginoso que puede ubicar el cambio de la percepción histórica de
lo heroico hasta llegar al siglo XIX, donde el concepto del héroe ciudadano y
popular aparece:
El concepto de héroe no es originario del
XIX, si bien será durante la época romántica cuando cambiara cualitativamente.
En realidad está ya presente en el mito clásico y permanece vigente durante el
mundo antiguo. Tras la Edad media y a partir de la cultura caballeresca, el
Renacimiento lo recupera a partir de determinado artistas e intelectuales.
Durante los siglos XVII y XVIII, la iconografía y la propaganda política giran
exclusivamente en torno a la imagen del soberano, construyendo una riquísima
simbología áulica que muchas veces recurre a la identificación entre el monarca
y el héroe. En las colonias americanas, justo a la iconografía regia, aparece
con fuerza la figura del Virrey que frecuentemente asume la representación
iconográfica de los héroes clásicos- El monopolio que ostenta la monarquía de
lo heroico – y la aristocracia en menor medida—desaparece con la Revolución
francesa, momento en que surge el héroe popular; el ciudadano en armas, cuya
imagen se construirá en las primeras décadas del siglo XIX, como magníficamente
ha estudiado Michel Vovelle.2
Según Michelle
Vovelle, a partir del XIX surgen los héroes populares, ciudadanos, colectivos y
anónimos revestidos con características diferentes, con tintes románticos e
idealistas.
El concepto
de heroísmo adquiere su significado a partir de una acepción de lo humano visto
con un máscara de lo divino, una especie de semidiós con cualidades excelsas y
digno de ser imitado. Ser héroe consiste en ir por el mundo con mirada de
conquista, a quien luchar decidido por el beneficio propio y de los demás lo
destina a un fin noble. A diferencia del mundo griego ya no hablamos de
semidioses sino de mortales, a manera de los héroes clásicos de la literatura
como El Cid o el Quijote, por ejemplo. El arrojo, valentía, decisión y salir
fuera de casa por mucho tiempo han sido cualidades reconocidas como masculinas
donde lo heroico femenino no se contempló del mismo modo:
La
heroicidad de la mujer queda en ese sentido en entredicho. Es evidente que no
se concibe como la del hombre, ya que a nadie se le ocurre que una mujer deba
tener las cualidades propias de un varón. De hecho, da la impresión de que
resultaría del todo inconveniente la idea masculina del héroe a la mujer: eso
sólo se les puede ocurrir a los hombres. Más bien, tendríamos que contar con un
punto de vista femenino para expresar lo que la heroína es.3
La palabra heroína, de acuerdo a la definición actual, era
mencionada en el siglo XIX, aunque esas mujeres no fueran valoradas en su
totalidad. La participación femenina en los albores de la Independencia y a lo
largo del XIX no adquirió una connotación de heroicidad a la par que la
masculina, como afirma Julia Tuñón en su ensayo «Las mexicanas en el siglo XIX»
quienes eran vistas como «ídolos de bronce o mujeres del hogar».4 El
proyecto intelectual, político y libertador del XIX fue contradictorio, pues
mantuvo también elementos de continuidad como:
[…] los de la mentalidad y los
sentimientos que cambian lentamente y a otro ritmo; los que, no obstante,
permean la vida cotidiana y dan valores a la sociedad más allá de los cambios
políticos […] Se trata de una realidad que conforma un mundo, con objetos,
actitudes y valores. Este mundo se recrea libremente en el ámbito de lo
privado. Así, al preguntar por las mujeres, las de diversas clases sociales y
partidos políticos, accedemos a este nivel más allá de la ideas, pero las
sustenta como una inefable estructura. Accedemos a una moral social construida
a lo largo de los siglos en torno a los arquetipos rígidos, pero accedemos
también a las variantes de la moral aceptada, a las opciones que rebasan, poco
a poco, el marco impuesto por la tradición.5
La
memoria histórica ha ido adquiriendo forma mediante la legitimidad de quienes
escriben la historia y en torno a un proyecto político de Estado-nación que ha
institucionalizado la Independencia, construyendo a nuestros héroes y heroínas.
Esos discursos históricos, políticos, ideológicos, y retóricos han inventado y
sostenido a tales íconos en el panteón patriótico y las conmemoraciones
oficiales. Los estudios más contemporáneos destacan las modificaciones que han
vivido estos héroes en el imaginario intelectual y político y, desde un punto
de vista crítico, revisan la mano del historiador que fue enmarcando algunas
figuras y negándoles la presencia a otras. Las circunstancias específicas de un
hecho o de un individuo insertos en ese momento nos hacen pensar en una cita de
Ortega y Gasset: «yo soy yo y mis circunstancias»; es advertir su condición de
sujeto histórico para definir su identidad; o bien, se puede afirmar que el
héroe es según las circunstancias que le son fabricadas. Chust y Mínguez se
plantean algunas preguntas claves:
¿Qué
es un héroe? ¿Quién es un héroe?, ¿Quién elige a los héroes? ¿Quién los
construye? ¿Con qué fin?, ¿Cuál es el proceso que lleva un ciudadano anónimo a
convertirse en un «padre de la patria»? ¿Por qué son necesarios los héroes?,
¿Es necesaria la muerte de un héroe para elevarlo a su condición nacional?6
Tales
interrogantes arrojan una luz para reflexionar sobre las deudas y los olvidos
con las heroínas, así como el complejo proceso de la representación del héroe,
ente lo simbólico y lo vivencial, entre lo real y lo inventado.
La
figura heroica es vista en términos individuales al darle un reconocimiento
excepcional a un sujeto en específico, pero indudablemente detrás de sus actos
su heroicidad mantiene una lectura y consistencia colectiva, donde el héroe se
asume en relación a una causa política y social, siendo ahí donde lo heroico
difumina y mitifica al ser humano y sujeto social e histórico con virtudes y
defectos, para representarlo a través de una imagen hiperbólica que elige los
atributos positivos que además han sido «retocados». Las biografías como género
narrativo recrean anécdotas de vida de los símbolos patrios que reifican la
causa por la que se ha perdido la vida o luchado en alguna batalla, donde la
elección de sus rasgos (ya sean femeninos o masculinos) obedece a un trasfondo
moral y retórico, que en el caso de las heroínas ha sido limitado, minimizado,
e incluso, masculinizado a partir de la representación femenina en la cultura
escrita.
Actualmente,
la palabra heroína puede designar aspectos positivos como el ser una mujer
ilustre, de gran valor y que ha realizado alguna proeza o hazaña, o negativos
como el nombre de un alcaloide obtenido de la morfina usado como narcótico y
estupefaciente.7 La construcción de las heroínas es un proceso que
se gesta a lo largo de diferentes textos en el XIX con un sentido ambiguo y que
se anexa tardíamente a los discursos cívicos, donde se les integró veladamente
dentro las figuras prominentes de la memoria histórica decimonónica. Alicia
Tecuanhuey en su ensayo «La imagen de las heroínas mexicanas», retoma autores
como Carlos María de Bustamante, José María Luis Mora y Lucas Alamán,8 para advertir las menciones de mujeres de la Independencia como Josefa Ortiz de
Domínguez y Leona Vicario, quienes se citan de manera accesoria, arbitraria,
emocional e incidental:
La
trayectoria de las heroínas ha seguido un camino más largo y particular que el
que tuvieron figuras como Hidalgo, Allende, Morelos, quienes en 1823, fueron
identificados oficialmente como héroes de la Independencia por decreto del
Congreso General […], sin embargo es hasta 1891, cuando al concluir el segundo
Congreso Nacional de Instrucción se lleva a cabo un reajuste del Calendario
Cívico y se integra Josefa Ortiz de Domínguez, «La corregidora de Querétaro»,
así como un mayor reconocimiento a Leona Vicario.9
Algunos
historiadores y políticos han una pauta hacia el reconocimiento de las
heroínas, pero parecen sumamente contados, además de crear una imagen
estereotipada. En la literatura decimonónica encontramos varios personajes
femeninos, que incluso tienen un papel protagónico, lo cual no les garantiza
ser dueñas de su relato. Posteriormente, a inicios del XX, antes y después de
la Revolución Mexicana, se fueron integrando voces y rostros anónimos que
multiplicaron los casos de mujeres heroicas a partir, básicamente, de las
semblanzas biográficas.
Dentro
de la terminología literaria, según Helena Beristaín la figura de héroe también
ha tenido sus desplazamientos en la crítica literaria. En términos generales,
se trata de un personaje principal o protagonista, masculino o femenino, quien
vive una serie de peripecias dentro de un relato y puede ser un héroe épico o
un héroe trágico. Mijail Bajtin, filósofo y crítico literario, otorga una
especial atención a la figura del héroe, pues éste establece de manera
dialógica y polifónica, un diálogo con el mundo (la realidad), con el autor y
consigo mismo:10
De
modo que el héroe no es un carácter, un temperamento, o un tipo social
predeterminado. Todas sus cualidades psicológicas, intelectuales y físicas, su
idiosincrasia, sus circunstancias, su entorno, constituyen el objeto de la
reflexión del mismo héroe, y, antes de ser procuradas al lector, pasan por su
propia conciencia, inclusive esta función de su ser: la función de reflexionar.11
La definición
más contemporánea tanto dentro como fuera del ámbito literario nos habla de una
posición activa y no pasiva, donde el aspecto cognitivo y la voluntad son
signados por el acto de reflexionar y dialogar; el héroe y la heroína tendrán
entonces menos amarras pero siempre en
diálogo constante con su época, e incluso consigo mismos.
La
tarea consiste en resignificar la tradición y los valores que la literatura y
la cultura han impuesto; por ejemplo, Paulina
Rivero Weber en su libro Se busca
heroína. Reflexiones en torno a la heroicidad femenina,12 ubica
a dos heroínas femeninas de la literatura europea en el XIX, Emma Bovary y Ana
Karenina, quienes son cuestionadas como prototipos de lo heroico, pues al ser
mujeres que destrozan sus vidas estas «heroínas» parecen decirnos «o una mujer
se vuelve adúltera o encuentra la muerte», y eso en definitiva no es un modelo
a seguir o no constituye un signo de heroicidad. Si la idea de sacrificio va
acompañada de un sentido de heroísmo, ésta debiera ser entonces con un fin
noble y grande como la libertad de un país, de un pueblo, o en todo caso la
libertad de sí misma, donde hay un acto de conciencia y voluntad.
En
este sentido se intenta ver más allá de esas concepciones prejuiciadas y
limitantes, que ha tenido como referente simbólico a Penélope, quien espera en
casa, y a Odiseo inmerso en el viaje y la búsqueda de aventuras, y desde allí
marcar la herencia ancestral en la literatura de íconos de heroínas que fijaron
un modelo pasivo, edificado por los hombres, ya fueran escritores o
historiadores.
Este
trabajo encara cómo la figura de la heroína en la cultura escrita se ha
estereotipado, masculinizado, restando un valor a una identidad femenina
valiosa y completa. Las mujeres siempre han estado en función de alguien más
–un hombre, los hijos, incluso la patria–, porque son precisamente heroicas en
el momento en que dan su vida a alguien más, sólo que las contradicciones son
muchas: se puede reconocer como heroico el que una mujer pierda la vida por la
libertad de la nación, pero no se puede reconocer como heroico que busque su
propia libertad, aun cuando eso conlleve casi a perder la vida, la cordura, el
cuerpo, la voz.
Si
los caminos de la heroicidad femenina nos han conducido a diversas digresiones,
también quiero apuntar aquí algunas aproximaciones. Encontramos dos figuras
centrales de la Independencia en México, Josefa Ortiz de Domínguez y Leona
Vicario, dejando fuera muchas otras que se han ido anexando en los últimos años
en México. Si pensamos que esta tarea de indagar en las heroínas se ha
extendido, a manera de ejemplo comento brevemente el libro de Sara Beatriz
Guardia Mujeres Peruanas. El otro lado de
la historia,13 específicamente el apartado titulado «La lucha
por la independencia», donde esta investigadora se detiene en la figura de
Micaela Bastidas, quien lideró las luchas indígenas en la época colonial, antes
de la Independencia de 1824:
Tupac
Amaru siempre concitó la simpatía y respeto no sólo de la gente más allegada a
él, ni siquiera sus adversarios se atrevieron a difamarlo; en cambio, Micaela
Bastidas fue calificada de cruel y odiada por los españoles. Si ya era difícil
aceptar una insurrección indígena contra el poder colonial, resultaba
intolerable que una mujer se impusiera de la forma que ella lo hizo. En varios
documentos, se refieren a Micaela Bastidas con hostilidad y Melchor Paz dice
que, «Aquellos que conocen a ambos, aseguran que dicha Cacica es de genio más
intrépido y sangriento que el marido […] Suplía la falta de su marido cuando se
ausentaba, disponiendo ella misma las expediciones hasta montar en un caballo
con armas para reclutar gente en las provincias a cuyos pueblos dirigía
repetidas órdenes con rara intrepidez y osadía autorizando los edictos con su
firma».14
Del
mismo modo, comparto la investigación de Bertha Wexler titulada: Juana Azurduy y las mujeres de la revolución
Altoperuana. Las heroínas altoperuanas como expresión de un colectivo 1809-1825,15 donde se afirma que no sólo consiste en rescatar los nombres sino también las
«identidades femeninas» ya que, aunque fueron reconocidas, se les adjudicaron
rasgos masculinos.
La
valoración, escritura de biografías y reconocimientos a lo largo del siglo XIX,
tanto positiva o negativamente las convirtió en «heroínas» o «antiheroínas». El
apartado titulado «Mujeres y memoria», Bertha Wexler subraya que se les
reconocía, pero siempre por ser esposas o hermanas de algún hombre importante,
por su clase o rango, y frecuentemente se encontraban expresiones
relacionándolas con las amazonas o las espartanas, figuras míticas que no
conectaban con la realidad de estas mujeres. Es decir, se convertían en
«heroínas masculinizadas» si luchaba por los ideales, pero también otra facción
las miraba como «antiheroinas» si se salían de lo religioso o lo social, desde
el paragón de la época. Esta autora remarca cómo en la historiografía y los
monumentos se insistió en remarcar su participación y lucha en las guerras como
«virtudes sensibles», y cuando se trataba de los soldados varones eran los que
tenían «profesionalismo militar». Entonces, no sólo es que la concepción
androcéntrica de la historiografía ha excluido o ignorado la participación de
las mujeres en los movimientos sociales en que actuaron, sino que la
masculinidad definió los rasgos del mundo público. Según Bertha Wexler, Juana
Azurduy es representada con un «carácter varonil» por su destreza para montar a
caballo, identificada con la guerrillera:
La
lengua española adjudica el término «guerrillera» a la mujer del Guerrillero,
porque no se concibe al género femenino capaz para esta acción. En este caso,
sí, Juana fue la esposa de Manuel Ascencio, pero al ser ella capaz de conducir
los ejércitos de hombres y mujeres (leales y amazonas) quienes la acompañaron
también lo fueron sin necesidad de ser las mujeres de tal o cual guerrillero.15
Observamos
cómo la guerra, el poder y la fuerza se identifican con los varones, pues la
iconografía general la representó con rasgos masculinos, especialmente durante
el siglo XIX y gran parte del XX. A esta mujer se le denominó como «Juana de
América y Pachamama (diosa-madre-tierra)»; es decir, se le otorgó una imagen
maternal para darle un reconocimiento oficial. «No obstante, las características atribuidas a las mujeres hacia finales
de este siglo permitieron que Juana Azurduy recuperara sus rasgos femeninos
(busto, bello rostro, largo cabello, labios sensuales a la par que conservara
sus atributos militares».16 Estas aproximaciones y digresiones
nos muestran que el ejercicio de la libertad de las independencias no generó
necesariamente reconocimiento de la libertad femenina y de las heroínas, ya
fueran las de papel o las de carne y hueso.
El caso de Genaro García y la difusión de la biografía de
Leona Vicario
El intelectual Genaro García nació en 1867 en Fresnillo,
Zacatecas, y falleció en México en 1920. Fue abogado, diputado al Congreso de
la Unión, y rector de la Escuela Nacional Preparatoria, y es conocido por el
rescate de documentos originales desde la colonia hasta la primera década del
siglo XX, además de organizar la celebración del centenario de la Independencia
de México en 1910, de donde surge el libro conmemorativo Crónica Oficial de las fiestas del Primer Centenario de la
Independencia de México.
Su mención
aquí me parece inevitable, pues García escribió acerca de la condición de las
mujeres en una etapa temprana y su trabajo ha sido recopilado, por Carmen Ramos
Escandón, bajo el título Apuntes sobre la
condición de la Mujer: La Desigualdad de la Mujer.17 Esta obra,
compuesta por dos ensayos publicados en 1891, lo ubica como un precursor del
feminismo a principios del siglo XX. En «Genaro García, historiador feminista
del fin de siglo»,18 este intelectual se enfoca hacia cómo defender
el lugar de la mujer en la vida pública, comparando los derechos femeninos con
los masculinos, la ubicación de la mujer dentro de la familia y el matrimonio,
situación en la cual la mujer estaba limitada en sus derechos y, según comenta
Carmen Ramos:
A pesar de ser el trabajo de García un
trabajo de tesis, la novedad de sus ideas no puede pasarse por alto. Esta
novedad, a mi juicio, tendría dos aspectos: por una parte, su posición
sumamente original con relación al contexto de su época, cuando el favorecer
los derechos femeninos era poco común. La segunda novedad es más importante: se
trata de su coincidencia con las tesis del feminismo actual, sobre todo en su
idea central de que la ley, al excluir a la mujer, lo hace con base en la
diferencia sexual, y al hacerlo, contribuye a la creación, instrumentación y
reproducción de la diferencia genérica.19
Su trabajo aborda una postura
historicista al advertir las circunstancias de las consideraciones y
experiencias individuales. Otro motivo para mencionarlo aquí, radica en que él
escribió la biografía más completa y reconocida de la vida de Leona Vicario, y
que desde un punto de vista más humano e individual, le devuelve a la heroína
un sitio valioso en su posición como mujer.
En los últimos años el interés por Leona Vicario
ha recobrado vida, y se han rescatado los testimonios que dejó en periódicos,
cartas y otros documentos, e incluso las diferentes biografías que se han
escrito sobre ella. Alicia Tecuanhuey alude a la imagen y construcción de las
heroínas en la historia, su mención en las oraciones cívicas y en las
semblanzas biográficas. De una manera muy eficaz y puntual, esta investigadora
observa cómo se gestó tal legitimidad y cuáles fueron los valores «emocionales
y políticos-racionales» que se proyectaron en las heroínas y los rasgos que se
les asignaron, apuntando que hasta el siglo XIX, nadie podía estar por encima
de la Santísima Virgen María de Guadalupe, pues se había edificado como una
presencia rectora que tenía un poder público y oficial.
Por otra parte,
Alicia Tecuanhuey cita el discurso de Mariano Otero del 16 de septiembre de
1843, donde pide que se amplíe el catálogo de personajes heroicos, añadiendo
entre otros a Leona Vicario:
La analogía de Vicario con las mujeres romanas
abreviaba las virtudes que Otero le reconocía y que la erigían en heroína:
éstas, como ella, eran mujeres honorables, fieles amantes de consolidadas
convicciones, consagradas en lo material y espiritual a animar y apoyar la lucha, en este caso independentistas:
ejemplos de coraje político y mujeres de rasgos viriles por su entereza y
arrojo en la lucha. Para Otero resulta claro que leona era heroína, ante todo
porque había abrazado el bando correcto, el de la libertad, y de la República,
bandera defendida a lo largo de la oración.20
A partir de 1894,
con la biografía escrita por Jacobo Sánchez de la Barquera y publicada en el
diario La Patria Ilustrada, se fortaleció la trascendencia del papel
jugado por Leona Vicario en la Independencia. Finalmente, en 1910, aparece la
biografía redactada por Genaro García, Leona Vicario. La heroína insurgente,
en la que se muestra un imaginario femenino que difiriere de las
masculinizaciones de Otero. Resalta atributos del personaje femenino, como el valor de su personalidad
y rasgos de su carácter que la valoran como una mujer de su época y no una
espartana que la mitifique:21
García a quien se debe en definitiva
el dar solidez al juicio que la erige en heroína debido a que, con eficacia,
logra fincar “la colaboración de Leona en la obra de la Independencia” con base
en una biografía de todo el ciclo vital de su personaje. En su texto, García la
retrata como una mujer inteligente que desde su niñez dejo asomar una
personalidad independiente y decidida. Esos rasgos, explica, fueron
indispensables para desarrollar una sensibilidad particular hacia las
injusticias de su entorno y una conciencia de la gran riqueza de su país,
fundamentos para forjar el pleno convencimiento de la causa patriótica. A
partir de estos elementos Genaro García logra resaltar la individualidad de la
Vicario y desembarazar sus inclinaciones independentistas de cualquier liga
sentimental que no fuera la causa común al criollismo, y así abandona el modelo
que la representa como la amante fiel […] En esta versión Leona Vicario es ante
todo un individuo con potencias más racionales (valor, voluntad e inteligencia)
que emotivas, identificadas por conciencia y convicción con el anhelo
libertario del pueblo.22
La enseñanza de la historia se basó en
un tipo de biografías que poco daban cuenta de una idea reflexiva de la
historia, que generalizaron y estereotiparon los valores y rasgos de tales
mujeres, a pesar de que tuvieran ya un reconocimiento. Es interesante cómo se
alude al elemento de la ficción y la narración fantástica de sus vidas que en
definitiva ha contribuido a legitimar una versión y visión diferente.
La heroína Leona Vicario y su
representación
En literatura
hablamos del héroe clásico, del héroe romántico, y del héroe realista, quienes
aparecen en diferentes periodos históricos y literarios, y que van tomando
diversas características y representaciones de acuerdo a los géneros literarios
y movimientos artísticos; pero sin duda, es precisamente en el siglo XIX donde
surge la voz y presencia femenina de un modo más perceptible, para enfocar la
figura de la heroína, a pesar de todas las contradicciones y divergencias que
se han comentado hasta aquí.
En
los últimos años han proliferado narraciones literarias muy diversas que tocan
el tema de los héroes y heroínas de la independencia, que llevan a pensar y
revisar las características en torno al auge de la novela histórica y al
tratamiento de la misma. En concreto, me interesa apreciar y comparar dos
novelas que retoman el personaje histórico de Leona Vicario: me refiero a La Insurgenta23, del escritor
y guionista Carlos Pascual, publicada en el febrero del 2010, la cual ganó el
Premio Bicentenario Grijalbo de Novela histórica, y Leona,24 de Celia del Palacio, publicada en abril del
2010.
Celia
del Palacio, importante historiadora que se ha especializado en la prensa del
siglo XIX,26 escribe un texto con un conocimiento exhaustivo de la época:
cuenta la vida de Leona y de otros personajes históricos como Vicente Guerrero,
Agustín de Iturbide, Nicolás Bravo o Antonio López de Santa Anna, quienes
marcaron el rumbo de los acontecimientos sucedidos entre 1808 y 1842. En sí, la
novela Leona abarca un periodo
histórico más extenso, desde que el personaje principal es una joven hasta su
muerte, recorriendo casi medio siglo en el cual se dan la conformación del
país, las luchas por el poder antes y después de la Independencia de México,
etc., reiterando además descripciones a manera de la novela costumbrista, en
las cuales evoca la comida, los paisajes, la ciudad de México, las tertulias,
con el fin de crear una atmósfera de la vida cotidiana.
La
representación de la protagonista enfoca a una mujer dueña de su voz que no
sucede con muchas protagonistas del siglo XIX, quienes casi siempre son
definidas o mediadas por narradores masculinos, sin contar con los finales
trágicos de algunas mujeres que se atrevieron a romper con los esquemas de la
época. No obstante, el rescate de la vida de Leona Vicario, su difusión, la
escritura de su vida «novelesca» y novelada a través de casi 400 páginas nos
lleva a advertir ineludiblemente la actitud feminista de la autora para
representar a su personaje, en la cual plenamente se impone una interpretación
positiva: el tema amoroso, la voz en primera persona de la protagonista y su
humanización. El relato adquiere un tono romántico, ya sea en relación a la
patria y al esposo, Andrés Quintana Roo, ambos en un mismo nivel de
importancia.
La
lectura y escritura femenina aporta el tema de la corporalidad a la
protagonista, pues a lo largo de la novela vemos un cuerpo que sufre, que ama,
que tiene hambre, que se enferma, aunque no llega a ser transgresor. Por mucho
tiempo el cuerpo femenino fue designado por lo masculino y fue un vacío en la
literatura, y no es hasta un discurso más contemporáneo en el cual la mujer, al
escribir, se apropia de su cuerpo y su experiencia, y en el caso de la mujer
que escribe como Leona, un cuerpo de la escritura.
El título puntualiza un nombre, sin
apellidos ni títulos de heroína. Sin duda, el gran mérito de la novela de Celia
del Palacio es rescatar a la mujer, la esposa, la amante, la madre, la
Insurgenta; es decir, Leona en todas sus facetas, dando un amplio lugar al
discurso de lo femenino, sin ser vista como parte del «bello sexo». «mujer de
bronce» o «ángel del hogar». Por el contrario, La Insurgenta de Pascual remarca su lugar en la historia como una
mujer que participó en la Independencia y su etiqueta de heroína. Leona
manifiesta un proceso de humanización ante la mirada del lector: una mujer con
virtudes, pero capaz de amar, sufrir, llorar, gozar y tener miedo:
Por
momentos la sed era una culebra que le iba corroyéndolas entrañas. El hambre se
confundía con la nausea y le nublaba la razón. No quedaba remedio: había que
seguir caminando, subiendo las lomas que parecían no terminar nunca y el
agotamiento físico se aunaba la rabia que Leona iba sintiendo contra sí misma;
de nada servían los primores de la aguja cuando había que
cortar leña. Los pinceles y los óleos quedaban arrumbados en sus estuches de
laca frente al apremio del hambre o del cobijo cuando acechaban las fieras […]
la única noche que les permitieron dormir en un petate dentro de un mísero
jacal a las orillas del pueblo, Leona pidió un poco de agua para lavarse y al
hacer recuento de su persona, no pudo sino soltar el llanto al dar cuenta de
sus heridas.26
En cada
apartado hay un desplazamiento que sugiere un viaje por diferentes lugares y
eventos en la vida de Leona, que suman 25 capítulos y un epílogo, además de un
apéndice biográfico de los personajes ilustres mencionados en la novela. Cada
capítulo se encuentra signado por un número y un subtítulo que ubica el lugar y
el año de la acción. Por ejemplo, el primero, sumamente significativo, es
«Ciudad de México, octubre de 1808», en el cual Leona es descrita por un
narrador omnisciente, pero con la imagen simbólica y sugerente del espejo:
La imagen de una muchacha que no
llegaba a los veinte años se reflejaba
en el enorme espejo, en cuyo marco, cubierto de mil espejos pequeños ovalados,
también se multiplicaba su rostro. Una mano regordeta de uñas rosadas daba los
últimos toques al peinado, acomodando algunos rebeldes cabellos color miel que
insistían es escapar del recogido en lo alto de la cabeza. […] El espejo dejaba
ver el torso exuberante bajo un escotado vestido de raso azul celeste, así como
los zarcillos de oro que sobresalían de los anchos rizos color miel.
Aparentemente satisfecha con su aspecto, la joven sonrió y sus labios llenos se
entreabrieron para mostrar los dientes blancos que no necesitaban tinte alguno.
De tanto mirarse, los ojos de la joven se perdieron en el trasfondo de su
propia imagen.27
Esta
descripción semeja el retrato conocido de ella –es decir, la imagen de una
mujer de clase acomodada, bella, elegante y joven–, aunque al final de esta
cita se menciona la palabra «aparentemente» y supone una mirada que se pierde
en sí misma. La historia abre una interrogante que la ubica hacia la obtención
de una actitud reflexiva y de duda ante lo que vendrá más adelante,
presuponiendo la transformación de la protagonista:
Se
miro en el espejo, para encontrar en él a una muchacha asustada, con el peinado
medio deshecho y una profunda palidez en el rostro.
—Una
sediciosa. Te convertiste en una adicta a la insurgencia, leona.
Y
la mujer del espejo le respondió con una sonrisa de triunfo.28
En estas dos citas
se advierte cómo el personaje va cambiando, lo que constituye un eje hacia la
adquisición de su libertad como mujer y como patriota. El enamoramiento de la
patria y la independencia por instantes difumina una mirada crítica del
quehacer histórico, guardando el tono novelesco y no ensayístico –que, sin
embargo, es central en el libro de La
Insurgenta.
Desde
el inicio mencioné la presencia del viaje como una forma en que la heroína
emprende su odisea; en el caso de Leona, durante la travesía toma lugar la
reflexión, ya fuera al realizar una encomienda ligada a la Independencia o en
la huida a nuevos lugares, donde el tema del viaje adquiere una connotación
simbólica:
–Mientras
iba recorriendo las calles y perdiéndose entre el bullicio de los vendedores y
transeúntes, Leona, sin saber porqué, pensó en Telémaco y en Ulises; se dio
cuenta de que el viaje que ella había hecho era como los que emprendían los
héroes míticos: un viaje de los que nunca terminan, un viaje en el que el héroe
casi nunca puede regresar a casa. ¡Y Ella que encontraba esas travesías tan
atractivas¡ ¡Tan llenas de ilusión¡ Nunca se había puesto a pensar que Telémaco
se llenaba de lodo y que también le dolía el vientre al quedarse sin comer
durante muchos días. ¿Habría tenido que conformarse con un caldo de verdolagas
sin sal en algunas de las islas que ha
visitado? ¿Le habría picado un alacrán? No era los mismo leer las aventuras que
vivirlas en carne propia.29
En
la segunda mitad de la novela se va presentado un desánimo y un tono un poco
más crítico con respecto a los acontecimientos de la construcción de la nación
–es decir, con las traiciones y luchas por el poder. El seguimiento cronológico
predispone mucho más el formato de la biografía porque en esta novela hay un
énfasis mayor en contar cómo «en realidad» sucedieron los eventos.
Definitivamente, la conocida carta a Lucas Alamán es representativa y valiosa
porque aporta otra lectura de la heroína romantizada de la época, con la que se
pretendía «feminizar» el lugar de esta mujer y sus ideales:
No
pasa nada… –dijo débilmente–. Tráiganme papel para escribir. Tengo que
responder, tengo que responder ahora mismo […] “En todas las naciones del mundo
ha sido apreciado el patriotismo de las mujeres, ¿Por qué mis paisanos, aunque
no lo sean todos, han querido ridiculizarlo como si fuera un sentimiento
impropio de ellas? ¡Qué tiene de extraño ni de ridículo que el que una mujer
ame a su patria y le preste los servicios que pueda, para que éstos se les dé
por burla el título de heroísmo romanesco?30
La
novela termina con una muerte tranquila, sin bombos ni platillos, donde lo
heroico pierde fuerza ya que la protagonista no murió en batalla ni fusilada.
Al final su nombre es Camila y no Leona, quizás para desmitificar el nombre con
el que se le ha estereotipado.
El fin de la novela anterior nos conduce al principio de La Insurgenta de Carlos Pascual, pues
inicia con la muerte de Leona Vicario, un 22 de agosto de 1842. En esta obra la
voz de Leona se pierde pues la narrativa polifónica reconstruye la vida y
personalidad de Vicario desde la multiplicidad y simultaneidad de las voces que
la conocieron, como los amigos, la familia, varios personajes históricos, los
traidores, otras mujeres, etcétera. Estas voces diversas y contradictorias, que
se contrapuntean, propician un diálogo y la ambigüedad, ya que descentran una
voz única y una versión privilegiada de los eventos. De hecho, lo más
importante de Vicario desde el inicio es su muerte, la que va adquiriendo
diferentes sentidos y se va convirtiendo en un absurdo en la búsqueda de la
«verdad» de la heroína, entre el homenaje, el desprestigio y su humanización.
El
proyecto literario de Carlos Pascual refleja una versatilidad impresionante a
través de la economía narrativa, la ironía, el hacer evidente el acto de
«fabular» en la historia –la cual se ha enseñado a través de estampas cívicas y
biografías fáciles de memorizar pero sin crear una actitud reflexiva respecto
al trabajo histórico– y, por supuesto, el deslocalizar la historia oficial como
la única versión posible. Expone abiertamente las confabulaciones en la
construcción de las figuras heroicas, aunque no necesariamente indague en los
atributos femeninos de las heroínas.
Para
este escritor, la novela histórica contemporánea precisa la revisión de
«las fuentes
históricas, archivos y documentos
valiosos», aunque con certeza este texto es más ficcional que la novela Leona, ya que recrea con mayor libertad
a sus personajes tales como Lucas Alamán, Carlos María de
Bustamante, Benito Juárez, Valentín Gómez Farías, Antonio de Santa Ana, y por
supuesto, Andrés Quintana Roo, las hijas, las hermanas, y un cúmulo de actores
sin nombre. La
estrategia obedece a la toma de declaraciones sobre la vida de Leona desde
diferentes puntos de vista a través las jornadas en la Audiencia, las cartas y los
testimonios «reconocidos y anónimos».
La estrategia de la Audiencia permite jugar con la idea de
legitimidad, de libertad de expresión y la participación de todos los puntos de
vista, lo que evidencia que en la elección de la «madre de la patria»
intervienen muchos juicios de valor que propician la argucia de la fabulación.
El libro está divido en tres sesiones de jornadas que dan espacio a tres partes
para abrir y cerrar el telón, donde la Audiencia guía la acción y da pautas
sobre los personajes, organiza el relato a manera de una voz rectora que indaga
«una verdad» que se va armando sobre la marcha. Así, desde el principio,
encontramos intervenciones sobre lo heroico en voz de Don Fernando Fernández de
San Salvador, abogado y tío por sangre materna de Doña Leona Vicario:
No,
señores yo he venido por otra causa, porque díganme, ¿qué me da mí, un anciano
de ochenta y dos años, el que alguien sea de mi sangre o no, reciba el título
de Benemérito de la patria? ¿Benemérito de qué patria señores? ¿Qué patria
construyeron los insurgentes y qué patria construyeron mi pobre Leona y su
siempre atolondrado marido don Andrés? Una patria de traiciones, de falsedades,
de herejías […] pues les digo entonces, señores, que viendo esta nación
arrasada, que viendo el caos en que ha caído, viendo todo esto lamento haber
atacado al mesiánico Hidalgo y al feroz Morelos. Al menos una idea de Nación
tenían, una promesa de patria ofrecían […] yo no soy historiador y mucho menos fabulador, porque eso es lo que
están haciendo ustedes aquí: están fabulando. Fabulando una patria, fabulando
un pantheon para esa patria. Ya fabularon a su “padre”, a Miguel Hidalgo,
y ahora quieren fabular a su “dulcísima madre”. Pero yo señores, no soy,
¡porque nunca lo he sido ni habré de serlo, un confabulador¡31
La muerte y la
figura de la heroína tiene varios sentidos: 1) por motivos de celebración; 2)
la muerte y su irreverencia como la cita del embalsamador, que dice: «Acuérdense que el muerto y el arrimado a los
tres días apesta, por benemérito que el muertito sea»; y 3) la muerte
cuando adquiere un carácter simbólico y humano al ser la heroína un cuerpo
amado, como vemos al final cuando brinda su testimonio Andrés Quintana Roo,
quien da al lector una vívida imagen respecto a la percepción de la muerte de
Vicario, con un tono que revalora al personaje más por ser mujer que por ser
insurgenta:
No deberían los maridos enterrar a sus
esposas y menos cuando éstas han sido compañeras, cómplices, amigas. Jamás
habría pasado por mi mente, ni en mis peores pesadillas, vivir este infierno.
Pero me doy cuenta que, a través de esta prueba insoportable que el infierno no
es la guerra ni las persecuciones, los heridos, las batallas políticas, ni las
prisiones. No. El infierno es la desolación. El infierno es el silencio
repentino que se apodera del alma. […] El infierno es frío. Frío como frías
están las manos de Leona, como el frío que emana de su cuerpo.33
Esta
lectura crea un abierto contraste entre la celebración conmemorativa de una
heroína de la patria y el dolor humano por la pérdida de un ser querido. La
novela menciona el procedimiento de metaficción, donde el texto reitera y
conceptualiza el mismo proceso con el que se escribe La Insurgenta, al enfocar la
inventiva que hay detrás de la construcción de los héroes a través de la voz
persuasiva de la hija de Leona, quien mediante el diálogo propone lo
ensayístico:
Dicen los italianos que Se non e vero
e ben trovato, esto es: «Si no es verdad está bien contado». Que a esta máxima
popular se atengan los novelistas, los cuentistas, los fabuladores y sí,
algunos historiadores también, quienes no tienen empacho en decir que, siendo
tan confusas las acciones de los protagonistas de nuestra Historia y
encontrándose dichas acciones, además, inmersas en una nebulosa de cientos de
posibilidades y circunstancias, el historiador debe también inventar una
realidad que cuadre y haga justicia a las expectativas de los lectores” […] Un hábil escribidor exaltará el
valor y el coraje y esconderá el miedo, la angustia, y todo aquello que vaya en
merma de la imagen heroica que pretenda lograr. Un hábil escribidor logrará
pulimentar las facetas del melodrama, de la acción y del valor y dejará
obscuros. Como obscuros lo son despojos, los agravios y lo vergonzante que
pueda atenuar nuestra admiración por el objeto de su narrativa. Pero yo,
señores, no soy novelista, no invento historias ni cuentos y poco sé de las
argucias literarias de los escribidores.33
Epílogo: la biografía y los lindes de la memoria
Hemos visto el
género biográfico como una forma de fijar vidas que se han reescrito a través
de diferentes tiempos, agregando y dando diferentes rasgos y atributos a estas
mujeres. Esto no lleva necesariamente a crear nuevas biografías sino a
advertir, como afirma Bertha Wexler, que el «tratamiento biográfico no nos remitió exclusivamente al individuo, sino
a formas sociales históricas en su dimensión subjetiva»;34 es
decir, la mirada masculina rescató o dejó fuera datos, formas, nombres, en
función de lo establecido como femenino, lo cual ha tenido desplazamientos
extremadamente frágiles, porosos, y lentos, si vemos lo que pasa en pleno siglo
XXl con la novela Leona y la
percepción de las mujeres célebres.
La
biografía como género literario ha tenido un amplio reconocimiento para acceder
a la vida de un personaje célebre e indudablemente ha contribuido a la
construcción de la memoria histórica. José Gómez-Navarro en su ensayo «En torno
a la biografía histórica»,35 menciona que en los últimos años ha
sido una herramienta importante para dilucidar y replantear al individuo en un
nuevo enfoque histórico, en vez de enfocarse sólo a los grandes hombres y las
respuestas que sus vidas y biografías daban a los cambios históricos. En este
nuevo contexto se reubica a este género como anécdotas que se pueden reinventar
y que pueden ser muy literarias y entretenidas, pero no es posible que un solo
héroe o un conjunto de héroes de un modo cuantitativo explique estos cambios
sin recurrir la vida cotidiana, la cultura, y los individuos; es decir,
advertir cómo estas «nuevas historias» han revisado las «incertezas» de las
biografías en diferentes épocas, y cómo en fechas recientes la mirada crítica
por parte de este género abre las posibilidades de ver la historia desde un
sentido reflexivo, cualitativo, que no solo se rija por esquemas fijos y
patrones de los acontecimientos.
Estamos
en una época marcada por el auge del individualismo, que advierte a la
biografía de una manera muy atractiva, como una herramienta metodológica capaz
de ver más allá de las grandes estructuras sociales, que contempla con una
mirada más amplia e inclusiva, quizá simple pero con límites claros, que rinda
cuentas de todos los sujetos de la historia y que pueda percibir el ámbito
público y privado desde su resistencia y resignificación.
NOTAS
1. Terán Elizondo,
Isabel. «Rescate, transcripción y estudio de La heroína Mexicana» en: Urvizu, Francisco
de Paula (ed.) La heroína mexicana,
Terracota, México, 2008, p. 22.
2. Chust, Manuel y Víctor Mínguez
(eds). La construcción del héroe en
España y México (1789-1847). PUV/Universidad de Valencia, UAM, El Colegio
de México, Universidad Veracruzana, España, 2003, p. 11. Véase al respecto Vovelle, Michelle, «Heroicidad y
revolución», en La mentalidad
revolucionaria, Crítica, Barcelona, 1989.
3. Rivero Weber,
Paulina. Se busca heroína, Editorial
Ítaca, México, 2007, pp. 34-35.
4. Julia Tuñón en su libro Mujeres
en México. Recordando una historia (Conaculta, México, 1992) presenta un
recorrido de la presencia del punto de vista femenino en la historia desde el
siglo XVI hasta el siglo XX. En el apartado titulado «Las mexicanas en el siglo
XIX» desmitifica los estereotipos de las mujeres de bronce y las mujeres del
hogar, a través del estudio de la historia de vida, enlazando lo histórico,
social, lo cultural y lo político para ver de una manera integrada al sujeto
femenino con todas sus contradicciones. Véase también Parcero, María de Luz, La
mujer en el XIX en México. Bibliografía, INAH, México, 1982.
5. Tuñón, Julia, op. cit., pp.
96-97.
6. Chust, Manuel y Víctor Mínguez
(eds)., op. cit., p.10.
7. Diccionario de la lengua española,
Larousse editorial, México, 1998, p. 846.
8. Las referencias
citadas son: de Bustamante, Carlos María, Cuadro histórico de la
Revolución Mexicana de 1810 (1843), Instituto cultural Hélenico/FCE,
México, t. I., 1985; Mora, José
María Luis, «México y sus revolucionarios», en Obras Completas de José María Luis Mora (1836), Instituto de
Investigaciones Dr. José Luis Mora/SEP, México, t. I., 1988; Alamán, Lucas, Historia de los primeros movimientos que prepararon su independencia en
el 1808 hasta la época presente (1849), Jus, México, t. I., 1942.
9. Tecuanhuey, Alicia, «La imagen de las heroínas
mexicanas», en: Chust, Manuel y Víctor Mínguez (eds), op. cit., pp. 77, 83.
10. Véase Bajtin, Mijail M., Problemas de la poética de Dostoievski, Fondo de Cultura Económica,
México, 1986; Estética de la creación
verbal, Siglo XXI, México, 1982.
11. Beristaín, Helena, Diccionario de retórica y poética, Porrúa, México, 2000, p. 10.
12. Rivero Weber, Paulina, op. cit.
13. Guardia,
Sara Beatriz, Mujeres peruanas. El otro
lado de la historia, Editorial Minerva, Lima, 2002.
14. Íbidem, p.
110.
15. Wexler,
Bertha, Juana Azurduy y las mujeres en la
revolución Altoperuana. Las heroínas altoperuanas como expresión de un
colectivo 1809-1825, Revista Historia Regional. Sección Historia, ISP no.
3, Centro de estudios interdisciplinarios sobre las mujeres, Rosario, 2008.
15. Íbidem, p.
76.
16. Íbidem.
17. Apuntes sobre la
condición de la Mujer: La Desigualdad de la Mujer, Universidad Autónoma de
Zacatecas, el Centro de Investigaciones y Estudios en Antropología Social
(Ciesas), Porrúa, 2007. Estos documentos que se encuentran en el acervo bibliográfico de
la Colección García de la Biblioteca Nettie Lee Benson de la Universidad de
Texas en Austin.
18. Ramos Escandón,
Carmen, «Genaro García, Historiador feminista de fin de siglo», en Signos Históricos, enero–junio, número
005, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2001, pp. 87-107.
19. Íbidem, p.
103.
20. Tecuanhuey, Alicia, «La imagen de las
heroínas mexicanas», en: Chust, Manuel y Víctor Mínguez (eds)., op. cit., p. 80.
21. Tecuanhuey reconoce como
antecedente el estudio biográfico del licenciado Carlos María Bustamente,
publicado en el siglo XIX el 25 de agosto de 1842, y de Francisco Sosa, en sus Biografías de mexicanos distinguidos,
impresa en 1884.
22. Íbidem, pp. 84-85.
23. Pascual, Carlos, La Insurgenta, Grijalbo, México, 2010.
24. del Palacio,
Celia, Leona, Santillana Ediciones
Generales, México, 2010.
25. Celia del Palacio nació en la Ciudad de México en 1960 y
ha vivido durante casi toda su vida en Guadalajara, Jalisco. Se doctoró en
Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México y fue investigadora de
la Universidad de Guadalajara. Sus estudios la han llevado a especializarse en
la prensa del siglo XIX. A lo largo de su trayectoria profesional ha publicado
varios libros, entre los que destacan: Siete
regiones de la prensa en México, Rompecabezas de papel, La prensa como fuente
para la historia y La primera generación romántica en Guadalajara: La falange
de estudios. También ha publicado libros de poemas y la novela No me alcanzará la vida. Al mismo
tiempo, y a partir de una acuciosa investigación historiográfica, la presidenta
de la Red de Historiadores de la Prensa en Iberoamérica y coordinadora del Centro
de Estudios de la Cultura y la Comunicación (CECC) de la UV, reconstruye un
periodo histórico fundamental en la vida política de nuestro país.
26. Íbidem, pp. 90-91.
27. Íbidem, pp. 9-10.
28. Íbidem, p. 48.
29. Íbidem, pp.
241-242.
30. Íbidem, p.
344.
31. Pascual Carlos, op.cit.,
pp. 11-14.
32. Íbidem, p. 184.
33. Íbidem, pp. 164-168.
34. Wexler, Bertha, op.cit.
35. Gómez Navarro, José Luis, «En torno a la biografía histórica», en Historia y política, núm. 13, enero-junio, 2005, pp. 7-26.
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